EL
MUNDO
29
mayo 2016
Marta García Aller
Esta historia debería comenzar en el jardín de Tebas,
un poco antes del alba, con la luna del color de la infinita arena. O, mejor
aún, en un anticuario londinense donde un hombre consumido y terroso, de barba
gris, la custodiara en un manuscrito olvidado. Porque para que la vida eterna
resulte creíble habría que contarla como Jorge Luis
Borges en El Inmortal.
Claro, que no es lo mismo
explorar el secreto de la eterna juventud en un laberinto a orillas del Nilo que en un laboratorio madrileño donde se cultivan
ratones transgénicos. La inmortalidad ya no es lo que
era. Ahora su búsqueda transcurre entre probetas, bajo una aséptica luz
blanquecina muy poco poética. Eso sí, nunca ha estado tan cerca.
Por eso esta historia
comienza en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) donde
nació Triple, un ratón transgénico capaz de vivir un
40% más de lo normal. Lo creó María Blasco, bióloga molecular y una de las
mayores expertas del mundo en la investigación contra el envejecimiento. Y bajo
esta luz blanquecina, gracias a la manipulación genética, Blasco logró que
Triple estuviera sano todo ese tiempo. Este superratón sería el equivalente a
que un humano viviera joven más de 140 años.
«Haber considerado que el
envejecimiento era algo natural ha evitado que durante mucho tiempo la ciencia
estudiara cómo evitarlo», dice Blasco, una mujer energética que aparenta
cuarenta y pocos, de piel clara y pelo negro, que habla con entusiasmo y se
mueve muy deprisa. «Pero era una barrera mental, no científica». Triple es la
prueba.
No envejecer siempre ha
preocupado a los mortales, pero no a la ciencia. No hasta hace bien poco.
Cuando María Blasco empezó sus experimentos, a principios de los 90, el
envejecimiento era un área de estudio aún denostada en la biología. Ahora la
longevidad se ha convertido en uno de los temas centrales del próximo siglo.
'Triple' es un ratón transgénico
que vive un 40% más, como un humano que cumpliera 140 años sin envejecer
«Hasta hace poco tenía algo
de esotérico, pero en la última década se ha empezado a trabajar en ello al más
alto nivel», explica Blasco sentada en su despacho del CNIO, donde cuelga el
dibujo de un ratoncito en honor a Triple.
Haber aumentado un 40% la
longevidad en estos pequeños mamíferos hace pensar que podría, en un futuro,
aplicarse en humanos. «En personas aún no tenemos idea de cuánto se alargaría
la vida con esta estrategia, porque nosotros envejecemos mucho más despacio que
los ratones. Tal vez sería mucho más del 40%... Tal vez el doble», comenta.
Así que nada de Santo
Grial. Este es el relato actualizado de la búsqueda de la eterna juventud con
roedores. Las pegas son meramente narrativas, no biológicas: el ser humano
comparte con los ratones el 90% de los genes. «Son muy parecidos a nosotros»,
recuerda Blasco.
Frenar el envejecimiento
también se ha convertido en una de las obsesiones de Silicon
Valley. Peter Thiel, cofundador de PayPal,
asegura que gracias a los avances científicos en los que está invirtiendo
vivirá 120 años. Modesto objetivo comparado con los planes de Google, que aspira directamente a curar la muerte. Para
ello el gigante tecnológico ha creado Calico
(California Life Company),
una empresa en la que se han invertido cientos de millones de dólares a la que
rodea el máximo secretismo.
También en California está
Human Longevity. La fundó en 2014 el pionero de la genómica, Craig Venter, y ha recaudado 300 millones de dólares en sus dos
primeros años de trabajo. Descifrará el genoma humano de cientos de miles de
personas de forma industrial para crear una gran base de datos. A medida que se
vayan secuenciando genomas, y se analicen con big
data, se entenderá mejor por qué unas personas viven más que otras.
«Estudiando cómo prevenir
el envejecimiento aprenderemos a tratar enfermedades asociadas a él que hasta
ahora carecen de tratamiento efectivo», explica Blasco. «Hasta ahora, el que
quería encontrar una cura para el alzheimer,
estudiaba sólo a pacientes con esta enfermedad. Y lo mismo con el cáncer, el
parkinson o las enfermedades cardiovasculares... Pero igual que las
enfermedades infecciosas se combaten atacando los virus o bacterias que las
producen, ¿por qué no atacar el agente causal de las enfermedades asociadas a
la edad? Cuando entendamos por qué envejecemos, viviremos muchos más años y
mucho más sanos».
«Envejecer no es
inevitable, no está programado en la vida de los organismos», afirma Manuel
Serrano, director del Programa de Oncología Molecular del CNIO. «¿Por qué vamos a aceptarlo si no aceptamos un virus o una
infección?». Sánchez tiene para explicarse una gráfica de la supervivencia de
los humanos hasta hace 10.000 años que muestra que la vida media estaba
entonces en los 15 años. «Algunos llegaban, de manera extraordinaria hasta los
30. Aquí [señala el Neolítico] no se envejecía, ni se tenían enfermedades. Los
vivos estaban muy sanos porque la principal causa de muerte era el hambre, el
frío y la violencia. No se morían de cáncer porque no vivían para
desarrollarlo».
El biólogo ha utilizado
esta gráfica en su presentación en un simposio de Filosofía al que fue invitado
para hablar de la longevidad. «Muchos filósofos me decían allí que el
envejecimiento es inevitable, algo natural. Y utilizaban la palabra natural
como si fuera una diosa... ¿Natural? En la Naturaleza no hay animales viejos,
cuando algo les falla no hay espacio para ellos».
"Somos como un coche: si aprendemos a reparar
nuestra estructura, podremos funcionar indefinidamente"
¿Por qué envejecemos? Los
científicos aún no tienen respuesta. Están en ello. Blasco ha probado que una
de las causas es la pérdida de telómeros, algo que
ella explica comparándolo con la punta que protege el extremo de los cordones
pero para las células. Cuanto más largos sean nuestros telómeros,
más tiempo vivimos, pero a medida que envejecemos se van acortando. «Aumentando
la cantidad de telomerasa en el organismo adulto,
podemos alargar la vida y mantenerlo (al ratón) joven y sano durante más tiempo»,
explica Blasco.
El CNIO fue el primero en
probar con su terapia génica que se puede revertir el envejecimiento en estos
pequeños mamíferos. Envejecer ya no es, por tanto, irreversible. «Si lo
alteramos genéticamente, lo podemos retrasar. Pero no se trata de alargar la
vejez, sino la juventud: sería como llegar a los 80 años con la vitalidad y el
aspecto de los 40», insiste la directora del CNIO, que acaba de publicar el
libro Morir joven, a los 140 (Editorial Paidos,
2016), junto a la periodista Mónica B. Salomone.
Blasco insiste en que su
trabajo no tiene nada que ver con la inmortalidad. Su equipo busca aplicar sus
descubrimientos a terapias concretas, enfermedad por enfermedad. No busca
aumentar la longevidad, sino la salud: «Salvar vidas es lo más urgente». Sin
embargo, a largo plazo, reconoce que con sus hallazgos se podría ir más allá:
«Si funcionaran estas terapias con los enfermos, se abriría la puerta para
tratar a personas sanas y prevenir esas enfermedades de manera prematura». Y,
entonces sí: «En tercera línea de prioridades, podría abrir la puerta a un
tratamiento para alargar la vida de personas sanas».
Pero esto es mucho
adelantar. Aún no se puede aplicar la terapia génica de Triple a los humanos. Y
por eso es tan relevante la discusión sobre si envejecer es o no algo natural.
La conclusión tiene un trasfondo jurídico que determina la legislación.
Mientras siga creyéndose inevitable, si se descarta la vejez como enfermedad,
no pueden hacerse ensayos clínicos para tratarla. Sólo patologías concretas.
Además de la terapia
génica, también se están haciendo avances serios en la vía farmacológica. En un
futuro, podrían desarrollarse fármacos antienvejecimiento con moléculas como la
espermidina, la metformina,
la rapamicina y el resveratrol.
La candidata favorita a convertirse en la píldora de la juventud es la metformina. No es un compuesto nuevo. Hace más de 50 años
que se usa en el tratamiento de diabetes, pero varios estudios han demostrado
que los pacientes que la toman sufren menos cáncer, demencia y enfermedades
cardiovasculares.
Hace unos meses la Agencia
Norteamericana del Medicamento (FDA) autorizaba el primer ensayo clínico en
humanos, el primero en el campo del antiedad. Servirá
para demostrar si la metformina «rejuvenece» a 3.000
voluntarios de entre 70 y 80 años. Al presentar la propuesta, Nir Barzilai, director del Albert Einstein College de Nueva York, esquivó el
concepto envejecimiento para que la FDA no le echara atrás el estudio. En la
próxima década se conocerán los resultados.
Otro de los compuestos que
podría convertirse en un fármaco antienvejecimiento es la rapamicina,
una sustancia descubierta en una expedición científica de los años 70 en la
Isla de Pascua. El National Institute
of Ageing de EEUU demostró
que la rapamicina alarga la vida de los ratones un
13%. Ahora, la Universidad de Washington la está probando con perros y, según The New York
Times, los primeros resultados son esperanzadores. Eso sí, aunque a rapamicina lleva décadas utilizándose para ayudar a pacientes
con trasplantes como supresor del sistema inmune, aún no se ha probado aún en
humanos como fármaco antiedad.
La inmortalidad se lleva
buscando desde hace miles de años. Mucho antes de que Google
se pusiera a ello, el emperador de China, Qin Shi Huang, hacia el 200 a.C.
creyó que le salvarían de la muerte unas píldoras de mercurio que al final lo
mataron. El Papa Inocencio VIII pensaba que unas transfusiones de sangre de
unos muchachos jóvenes y sanos le garantizarían la inmortalidad. Por entonces no
se conocían los tipos sanguíneos y el experimento también lo mató. Mucho más
reciente y conocida es la obsesión por la eternidad de Kim
Il Sung, abuelo del actual
presidente de Corea del Norte, quien creía que recibiendo transfusiones de
sangre de veinteañeros que eran alimentados de un
modo especial viviría 100 años. Murió a los 82.
Pero no hace falta ser
emperador ni Papa ni millonario, ni esperar que lleguen las píldoras del
futuro, para alargar la juventud. La ciencia ya ha demostrado un método efectivo
para quien quiera vivir más. La clave es la restricción calórica,
el ejercicio constante y la reducción del estrés.
"Envejecer no es inevitable. ¿Por qué lo
aceptamos si no aceptamos un virus?", dice un experto español.
«No hay una sola cosa que
causa el envejecimiento», explica Blasco. «Hasta los 70 años el modo de vida
influye más que los genes para determinar si vas a llegar sano o no a esa edad
(si fumas, la alimentación...). A partir de ahí, ser o no centenario depende de
si tienes unos genes fantásticos». El 80% de los factores que determinan el
envejecimiento son ambientales y un 20% genético.
Cada especie tiene su
horizonte vital. Un gusano vive semanas; una rata, tres años; las ardillas, 25;
y las tortugas hasta 500. Pero no todo lo que nace, envejece y muere. Según el
biólogo Daniel Martínez hay un organismo inmortal: la hidra. En 1998, publicó
en Experimental Gerontology que este bicho
invertebrado de unos pocos milímetros no mostraba signos de envejecimiento. La
mayoría de las células del cuerpo de las hidras son células madre, capaces de
dividirse y convertirse en cualquier otra. En 2010, con el boom
de los estudios anti-ageing,
Martínez recibió 1,3 millones de dólares del National
Institute of Health estadounidense para estudiar los secretos de la
hidra.
¿Y los humanos? «Lo que
vivimos después de los 35 ya es de regalo desde el punto de vista de la
evolución», afirma Óscar Fernández-Capetillo,
investigador del CNIO. «No hay ningún gen diseñado para que envejezcamos. El
ser humano está previsto que muera poco después de tener a sus crías. A medida
que alargamos la vida, nuestro organismo se enfrenta a enfermedades para las
que no hemos desarrollado nuestro sistema inmune. Hace 40 años el alzheimer no era un problema, pocas personas sobrevivían
para sufrirlo».
En 1920, se afirmaba que
era imposible superar la media de 65 años de vida. Según James Vaupel, uno de los biodemógrafos
más prestigiosos del mundo y director del Instituto Max
Planck de Investigación Demográfica de Alemania, ya
no se vislumbra límite vital. El récord de longevidad lo tiene Jeanne Clament, una francesa que
vivió 122 años.
Hasta el siglo XVIII, la
esperanza de vida se había mantenido más o menos invariable durante milenios.
En el siglo XX, ha aumentado tres meses por año. Y si hace un siglo la
esperanza de vida en España era de 35 años, ahora ronda los 80. Suponiendo, que
es mucho suponer, que no prospere ningún avance disruptivo (como la penicilina
en los años 30), vivir 100 años ya será habitual a finales del siglo XXI.
Otros van mucho más lejos.
«El envejecimiento se curará en las próximas décadas», afirma Aubrey De Grey, el gerontólogo
que dirige la fundación Estrategias para la Senescencia Negible
(SENS). «Acabaremos así con la enfermedad que causa las dos terceras parte de
muertes en todo el mundo, la vejez, y podremos vivir varios siglos con salud».
Muchos científicos se
quejan de que las afirmaciones desmesuradas de De Grey
desvían la atención de lo verdaderamente urgente, que es curar las enfermedades
degenerativas. Otros le reconocen el mérito de lograr atención mediática para
un campo, el envejecimiento, que necesita más atención y recursos. De Grey sostiene además algo que pocos científicos se atreven
a vaticinar: «La muerte será algo opcional». ¿Seríamos, entonces, inmortales?
«Ése es un concepto religioso, no científico». Para el gerontólogo, que luce
una barba pelirroja que le llega casi hasta el ombligo, el cuerpo humano es
parecido a una maquina: «Somos como un coche, y si aprendemos a reparar la estructura,
podremos funcionar indefinidamente». Describe un futuro en el que los viajes a
urgencias serían como quien va al taller a por una pieza de repuesto. Como
pasar la ITV.
Gusanos, ratones y coches.
Así no hay quien escriba un relato poético de la inmortalidad.
De Grey
no es el único que va tan lejos. Jose Luis Cordeiro, docente e
investigador de la Singularity University,
promovida por Google y la NASA, tampoco tiene reparo
en asegurar que en las próximas dos décadas «presenciaremos la muerte de la muerte».
Técnicamente no lo llama inmortalidad «porque si te cae un piano en la cabeza,
morirías. Lo que se cura es el envejecimiento», puntualiza.
Jose Luis Cordeiro técnicamente no lo llama inmortalidad. "Lo
que se cura es el envejecimiento", puntualiza.
Este futurólogo, ingeniero
del MIT, defiende que la terapia génica y la inteligencia artificial nos
llevarán «a la era posthumana». Confía en los avances de la robótica, la bioimpresión de órganos artificiales con impresoras 3D y el
futuro control de nuestro genoma. También anuncia que el cerebro podrá ser
sustituido por algo así como un software. No es el único.
El grupo chino Huawei, uno de los mayores fabricantes de smartphones, reconoce estar explorando la perspectiva de la
inmortalidad, como hace Silicon Valley.
Según Kevin Ho, directivo de la multinacional, «en el futuro, quizá podamos
comprar capacidad informática que sirva de sustituto, para pasar del mundo
físico al mundo digital». Lo anunció en CES Asia, donde vaticinaba que, en
2035, los niños podrán utilizar apps para chatear con
sus abuelos muertos, ya que habrán descargado previamente su conciencia humana
en computadoras. Una tenebrosa mezcla de Matrix y
Heidi.
Por si la inmortalidad no
se inventa a tiempo, ya hay quien está apostando por la criopreservación
como plan B. El sistema, que carece de aval científico, gana cada vez más
adeptos desesperados. La congelación con nitrógeno líquido se está
comercializando para crionizar cuerpos. Empresas como
Alcor Life Extension Foundation, en Arizona, es líder mundial con más de 140
cuerpos crionizados por 200.000 dólares. Y, según el Financial Times, tiene ya más de un millar de clientes «en
lista de espera», incluido el fundador de PayPal, Peter Thieles.
Este hipotético futuro
posthumano requeriría replantear la sociedad entera. «Ya no tendría sentido
jubilarse porque estarías siempre sano», apunta Cordeiro.
Cómo resolver la sobrepoblación es sólo una de las miles de incógnitas que se
plantean.
«Puede que asuste pensar
que no vamos a morir», afirma De Grey. «Pero eso no
va a pasar de la noche a la mañana y antes de que sea posible, el mundo será un
lugar diferente. ¿Vamos a dejar de alargar la vida y la salud de las personas
para evitar que la sociedad tenga que reorganizarse? Obviamente no».
Sin embargo, muchos no
comulgan con este optimismo ante la perspectiva de tantos matusalenes. «Que
fuera posible vivir hasta los 200 años no quiere decir que la gente quiera»,
afirma Elkin Oswaldo Louis García, profesor de la
Facultad de Psicología de la Universidad de Navarra. «Hay gente mayor que se
cansa de vivir porque le falta motivación, muchos rechazarían la idea de vivir
para siempre».
Rocío
Fernández-Ballesteros, catedrática emérita de Psicología de la Universidad
Autónoma de Madrid, es escéptica pero optimista: «El ser humano se ha adaptado
a los cambios a través de los siglos de una manera muy rápida. ¿Qué pasará si
llegamos a vivir más de 150 años? Vaya por delante que me parece poco probable,
pero no sería un problema. El ser humano se adapta a cualquier situación».
«Puedes decir ahora que
vivir 80 años te parece suficiente, pero que te lo vuelvan a preguntar cuando
tengas 79 y no dirás lo mismo», ironiza Fernández-Capetillo.
«No querer morir es lo que nos hace humanos. Hace medio millón de años lo
intentábamos escondiéndonos de los leones en una cueva y ahora con pastillas.
¿Se podrá extender la vida? Seguro. ¿Ad infinitum? No
lo creo. Viviremos más y mejor, pero cuando resolvamos éstas, surgirán nuevas
patologías».
Las previsiones de la Organización
Mundial de la Salud (OMS) ponen los pies en la tierra. Sus estudios advierten
de que el número de personas que sufren las enfermedades de la edad -infarto,
cáncer y neurodegeneración- se duplicará en 20 años.
A no ser que la medicina, claro, logre remediarlo.
Pero aunque la ciencia no
tenga aún la respuesta, la literatura sí. Borges nos lo advirtió: «Ser inmortal
es baladí. Menos el hombre todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte».
Además: «Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable». Alguna
ventaja teníamos que tener.